Iba llevando el peso de la soledad y el desarraigo, con su forma de u invertida terca y equivocada. Cada vez más encorvada, se inclinaba hacia el suelo hasta que con los años se encontró cara a cara con la superficie. Besando el piso no tuvo más remedio que admitir que era hija de la tierra, su compañera silenciosa siempre.
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