domingo, 30 de septiembre de 2012

Closet

Acomodó sus cosas y de un vistazo vi mi closet lleno. Un momento para reparar en que había estado vacío, para mirar estos años que han pasado sobre mi piel aislada y sonreír victoriosa el agradecimiento y el regocijo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Castillo

Amazona mía, qué cansada estás tras librar todas esas guerras de hielo blanco y de roja sal. Si yo pudiera, te daría un castillo para descansar, pues es sólo eso lo que necesitas ahora para conquistar el terreno de tu alma que a sangre y fuego jamás se rendirá: el de tu propia mano, tu propia sangre y tu verdad.

Fuerza

Estando tan lejos siento la compañía suave de todos ellos. Que venga el mundo y me devore, pues, pero yo ya no lucho más, no como antes. Estoy aquí sola y he tirado las armas; me dejo acompañar por los fantasmas cálidos y alucinados de aquellos que son míos pero están en otros lados. Tengo la piel erizada y las vestiduras rasgadas de andar y andar por esta zanja, el viento se me cuela por la poca tela agujereada, estoy de cabeza a pies enlodada; es de noche y mi carne está expuesta, huelo a presa asustada. Soy vulnerable y únicamente en eso consiste mi gran fuerza, he cambiado mi daga por la ilusión de una presencia. A mi derecha como luces, está mi compañía, que son pocos pero cientos, en eso está su valía. Que abra sus fauces el mundo, que no me tragará viva; estoy en pié y no estoy vencida, así desprotegida soy más guerrera y más altiva.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Palabras

Palabras que me fascinan: Sutil, Lluvia, Azul, Tokamak, Lívido, Espiral, Fetidez, Delicadeza, Belleza, Delicatessen, Caos, Violeta, Cúspide, Océano, Ballena, Girasol, Silencio, Barahúnda, Pinche, Centro, Corazón, Hedor, Hilo, Hado, Óxido, Carcomer, Flota, Imaginar, Marrano, Vil, Estiercol, Mío, Nuestro, Sí, Greda, Acuoso, Ciervo, Helecho, Alcohol, Zumbar, Tronar, Soledad, Krill, Reflejo, Inmerso, Profundo, Hálito, Ileso. Y Otros Cientos De Miles.

Nicho

Se sentaban a medio metro de distancia y sólo dejaban escurrir una y otra vez las suaves miradas por las carnes ya flojas y tiernas, entrando en un examen mutuo relajado y ligero. Miradas como perfume de magnolias, miradas tenues y exhacerbadas, blancas y abiertas. Se miraban ya desde años, pero cada vez era siempre nueva y traía la sorpresa apabullante de la presencia absoluta del otro frente a sí. Sin techo, el nicho sagrado dejaba entrar la luna y la lluvia, ambas a jugar con sus propios brillos y sus propias sombras sobre las pieles, danzarinas fascinantes que reencontraban historias viejas: La de la primera vez que los otros Keikórides los bendijeron para entrar juntos al nicho; la de cuando después de hacer el amor únicamente con presencia y ojos, se tocaron las yemas de los dedos; la del día aquel que dios les regaló con un eclipse ámbar bajo el cual brillaron con una luz noble y ócremente etérea. Mirándose cara a cara rodeados por la lluviática, lunática danza, los tiempos se superponían y se reconocían en todos los que habían sido. Tan conocidos y tan vez primera. Tan keikórides y tan sabana, tan todo junto en un instante, tan árbol, tan nicho y tan selva.

Oda pseudo-fanática cuneiforme

Este amor, loco amor que le tengo a la escritura, me hace partícipe de las más curiosas cruzadas ideológico-político-religiosas como abanderada del slogan "escribir te salva". ¿De qué te salva? replicará poseído por las ingenuas o doctas dudas el neófito o el nihilista. Y yo le contestaré que como mínimo es el antídoto y la vacuna para dos grandes males, entre muchos y menores miles: el olvido de sí y la ignorancia de sí. Y luego danzaré y cantaré alabanzas a los sumerios y los antiguos egipcios que nos heredaron sus elementales figuritas para que las convirtiéramos en alfabeto y en rúbrica. ¡Qué vivan las letras! Hip-hip urra y amén, compañeros apasionados de los rastros taquigráficos de nuestra conciencia.

martes, 18 de septiembre de 2012

Cosas bonitas (negativo)

La exuberancia de las cosas bonitas, su maravillosa fuerza, su armonía, hace más bella mi existencia, adorna esta herida de ser sólo en parte como ellas. A veces incluso creo que al final no estoy tan lejos, que soy como la nieve en el aire, simétrica, ligera, valerosa e incorruptible.

Silencios Solitarios

Se levantó sin reloj, dándose tiempo para revolcarse y mantenerse al filo de la ensoñación. Los suaves movimientos de cabeza apenas perceptibles la dejaban escuchar el roce de su pelo enmadejado contra la almohada. Comenzó a incorporarse lentamente entre chillidos de resortes y batir de sábanas. Ya en pié, se arrastró sobre la madera en sonidos secos hasta la cocina. Fuera había pericos que hablaban cosas que ella no entendía, había coches rugiendo el esfuerzo para remontar la calle. Aun medio dormida canturreó desacompasada el pedazo de esa canción con la que despertó: “quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval…”, remplazando los pedacitos que no recordaba por “tarará”. Bailó perezosa al son que repetía mentalmente mientras arreglaba un poco la alcoba, escuchando sólo la tonada interior. Antes de terminar de hacer la cama puso a calentar agua para un té. El “tick, tick, tick” de la estufa, el “huuu” del gas, el ruido asustado de la flama ardiendo. Quizá ya era momento de cambiar esas cajas para té que conservaba desde que vivía con Gabo, pensaba mientras las devolvía a su sitio entre golpes metálicos y sonidos de visagras oxidadas. Con taza en mano, se sentó en el suelo junto a la ventana y comenzó a escuchar su sorbo a sorbo, mientras se dejaba abrigar por el rayito de sol que ese día la visitó.

Silencios Obsesivos

Está la radio a bajo volumen en la esquina de la habitación. La mecedora de madera al oscilar cruje sobre la baldosa marrón, ocasionalmente sopla el viento en la ventana arrastrando la cortina. Rosalía sostiene el tambor de costura: borda una golondrina que salió la semana pasada en el magazín dominical. Cuando el hilo se termina se detiene el balanceo y ella enhebra de nuevo humedeciendo la punta con los labios finos o enroscándola con los dedos. Reinicia el movimiento de costura automático. Entre los comerciales radiales se puede oír el hilo atravesar rozando el lienzo templado, o la aguja penetrar la superficie para pasar al otro lado. El rededor del pico del pájaro es de color ocre. Doña Rosalía frunce el ceño. ¿Dónde estaba el hilo ocre? ¡Si lo compró ayer con Mariela, cada una agarró un carrete! La mano en el costurero revuelca todo y suena una algarabía metálica. ¡Encontrado! Delicadeza, precisión y concentración. Que no pase como la otra vez que tuvo que deshacer. Se acomoda las gafas, la mano pecosa sujeta firme el tambor muy cerca. Achica los ojos; arquea el cuerpo. Arriba y abajo se va moviendo el hilo sin enredarse en los segundos eternos que quedan sujetados a la tela. El pico quedó impecable. De repente de nuevo escucha el zumbido de la radio, el mover del viento, la propia respiración.

Silencios Nocturnos

Era lunes y el crepúsculo profundo abrazaba la luna nueva que se adentraba entre los callejones, de día tan transitados y amigables, tiñéndolos de un tenebroso azul renegrido. La luz del alumbrado público se había tragado todas las estrellas. Los gatos se deslizaban sobre los tejados sigilosos, escurriéndose como sombras lánguidas, huidizos. Todo lo demás reposa: los edificios, los parques, las calzadas, los letreros de neón. Todo descansa y se expande y contrae al ritmo de la respiración aletargada. Esta es una ciudad grande, pero no hay ronquidos, sólo el sonido apacible del ronroneo adormecido intercalado con el mutismo de la noche. Y pronto su mente despega y la ciudad sueña. Sueña que es una mujer que en otra ciudad está en su cama y está dormida y sueña que es una ciudad que se llama Amanda. Es un nombre hermoso para una ciudad, pero nadie lo sabe y nadie lo pronuncia, porque mientras eso acontece, absolutamente todas las ciudades duermen.

Silencios Meditativos

Inhalo, exhalo; inhalo, exhalo; inhalo, exhalo. Ya me comenzó a dar hambre… buen, cuando llegue a casa caliento la crema de zanahoria. Hostia, me he ido. No hay que reprocharse, sólo hay que observar los pensamientos como si fueran nubes y dejarlos que pasen sin juzgar; como contar ovejas por la noche, mejor dicho, ovejas blancas y negras ¿Será que todo el mundo se imagina las ovejas blancas y negras? ¿o sólo se las imaginarán de un color? De las blancas que son color mugre, más factiblemente. Las ovejas huelen como raro. ¿Cuando las esquilan olerán diferente? Supongo que sí, eso deben guardar un montón de olores entre la lana. Aish, otra vez me fui, dizque pensando sobre las ovejas ¿será que soy la única que está pensando en ovejas?. Tal vez me sirva lo de contar, que hoy estoy muy dispersa. Uno, inhalo, exhalo. Dos, inhalo, exhalo ¿cómo es que decía Osho? ¿Un número por cada par, o uno para cada inhalación y otro para la exhalación? Bueno no importa, creo que era cada par. A ver de nuevo: Uno, inhalo, exhalo. Dos, inhalo, exhalo. Tres, inhalo, exhalo. Cuatro, llena, vacía. Cinco, Naríz, nariz. Seis, nariz. Siete, (…). Ocho (…). 9 [……]. [……..].[……..].[……..].[……..]. Mmmmhhh. Ahhh. Nariz. Abdomen. Aire. Sonrisa. Risa. (…). […]. Aire. Bendito silencio. [……].Plenitud.

Silencios Helados

El estadio estaba a reventar para el clásico. “Esta final es nuestra”, iban diciendo los hinchas rojos; pensaban lo mismo los azules. Con el pitazo de inicio comenzó el furor, los gritos, los toques de vuvuzela. Todo el mundo estaba de pié, volaban los manotazos y se agitaban las banderas. Al terminar el primer tiempo nadie había anotado. La tensión se acumulaba. Ambos equipos estaban dándolo todo y se estaban poniendo la cosa muy difícil los unos a los otros; el desconcierto y las reclamaciones exaltadas abundaban en las tribunas. Los rojos aullaban cánticos demenciales como conjuros para animar a su equipo, los azules gritaban enardecidos sus barras y saltaban al compás haciendo temblar las gradas. Pasada la mitad del segundo tiempo aún los marcadores estaban 0-0 y el ambiente comenzaba a sentirse agrio con tintes de mala zaña. De repente, como por acción divina, el Negro Palomares dio un izquierdazo de esos que lo habían hecho famoso. La pelota se proyectó imparable y atravesó el arco con una fuerza de matar. Entonces la tribuna roja se alzó en una ovación desenfrenada, la gente lloraba, agradecía a dios y le prometía cosas, se arrodillaba, se abrazaba, hacía la ola. En medio del fragor, entre el ruido atronador, los fanáticos azules, estupefactos, apenas respiraban. Atónitos observaban su portería profanada. Un silencio sepulcral se coló entre las bancas congelándolo todo, apagando el ardor fanático, opacando todas las cornetas del éxito, en el fracaso.

Silencios Eternos

Le llamaban Camilo, pero él se llamaba a sí mismo sólo una idea abstracta a veces representada por gestos de mano, a veces por muecas y a veces por dudas. Habían intentado enseñarle a decir su nombre, pero aparentemente todo lo que salía eran sonidos guturales, graznidos aberrantes de los que él nada sabía y que nada le importaban. Por eso, por chillar como una máquina descompuesta, otros niños le llamaban otros nombres. Por ejemplo, le decían Amam, porque era el vocablo sin sentido aparente que repetía cuando Federico lo golpeaba cada día y le quitaba la merienda que le había mandado su madre. A su juicio, cuando él decía “Amam”, estaba profiriendo con toda claridad una amenaza con alevosía: “Le voy a decir a mi tío el carnicero para que te corte la garganta en dos”. Pero como nadie le entendía, nunca nadie le creyó ni tampoco jamás nadie se disculpó.
Para ser honestos, Camilo nunca se quejó de su situación, ni siquiera cuando veía gente bailando o riendo o contándose secretos o poniendo la rokola. Se quejó menos después del entierro de Federico. Después de todo, entre la sordera y la muerte, si había que ser esclavo de un silencio eterno, él prefería la primera.

Silencios Eróticos

Te acaricio la espalda con la lengua. Soy todo gusto, todo olfato, todo tacto. Muerdo tu nuca en pequeños trozos, te huelo. Huelo el almizcle que guardas entre los dedos, en los recovecos de la piel, te rastreo. No sé que busco pero encuentro. Me recuesto, recupero el aliento, pongo mi cabeza en tu abdomen y me retuerzo; la giro de lado a lado, me refriego. Me impregno en tu aroma y me voy moviendo, deslizándome, sintiendo la vibración conjunta de los cuerpos. Llevo mis omóplatos como alas contra tu pecho, mis nalgas sobre tu miembro tenso. Te tomo de las manos y las llevo al el aire y vuelo, y te dejo que me toques la piel fría, erizada como hielo. Vuelvo a girar, me resbalo por tu costado derecho, deslizo mis pies como serpientes entre los tuyos, frotándote con las pantorrillas los muslos. Dejo que mi pelo largo se derrame sobre tus ingles, caiga sobre tus caderas ondulantes y acompasadas; que sientas el roce y el vaivén de algas marinas, el canto de sirenas. A tiempo me siento y galopo al ritmo de una música que escucho dentro, y empujo con violencia y pataleo como si estuviera naciendo, como si ambos naciéramos, como si a través nuestro se diera a luz el universo. Entonces rompo el silencio. Grito, gimo y hago todo el estruendo que hace falta para que me oigan todas las diosas de todos los reinos y me concedan ser una más de ellas, de nuevo.

Silencios Caricia

Cuando llegué, estaba sentada en el sofá azul, estática como piedra, la espalda recta como una espiga. Miraba a la pared, perdida pero con expresión de espanto o de incertidumbre. Me acerqué y pregunté qué ocurría, me dijo que su madre había muerto; lo musitó apenas, audible y clara, pero con un eco vacío hacia adentro. Su madre era mi abuela, esa mujer lejana de la que yo poco sabía. No pude entender el dolor de su muerte hasta que lo comparé con la posibilidad justamente de que fuera ella, mi madre, quien partiera. No dije nada, ni la toqué; ni siquiera me moví. Todo estaba tan quieto…Las lágrimas se arrastraban ronceras, como si fueran resina, como si llorar fuera una labor ardua, un trabajo de fuerza física. Ella me miró detenida y sus ojos comenzaron a llenarse de algo que no sé que es, pues no he sabido ponerle nombre a ese fantasma cálido que nos ronda cuando el llanto de otro enjuaga nuestra propia pena. Arrullado por ese lenitivo mudo y húmedo, el cuerpo de mi madre se fue aflojando hasta que apoyó la espalda en el sofá, las manos sueltas cayeron a los lados del cuerpo. Cerró los ojos y sus comisuras insinuaron una sonrisa blanda y triste. Yo aún lloraba cuando se quedó dormida.

Silencios Ausentes

Todas se estaban riendo a carcajadas, una incluso lloraba. Manoteaban, apenas respiraban espasmódicamente. Yo en cambio, apenas sonreía y miraba el espectáculo sin realmente verlo, apuntando vacíamente los ojos en su dirección. De pronto ella, la que había estado hablando, se dirigió hacia mí y me preguntó por qué no me estaba riendo, ¿no le había puesto atención? ¡Claro que sí, paranoica! Contesté jocosa, reparando en que no tenía ni idea qué había suscitado las carcajadas. Yo no había escuchado nada, ni siquiera las risas mismas. Nada. El ruido de mis recuerdos dentro acalló el estruendo del gallinero que se había armado fuera sin que yo me enterase. Mientras mis amigas reían frente a mí, yo estaba en otro sitio, repasando una y otra vez el momento en que me dijiste que mi alma era pura, que la veías con nitidez y la amabas. ¡Quise tanto no estar donde estaba!, teletransportarme junto a ti. Si tan sólo supiera dónde estás… me lo pregunté y fue la incógnita lo que me devolvió a las bromas jamás registradas. Sólo oídos de murciélago me habrían hecho escuchar lo que pasa alrededor mío cuando estoy tan lejos de aquí.

Silencios de Labio Mordido

Me lo dijo así, como si me estuviera contando que ayer llovió, sentado mirando fijo la carne que recién le había servido yo. Yo que siempre he sido tan correcta, que jamás digo malas palabras me tuve que morder los labios para no decirle que era un hijo de la gran puta, ni decirle todas las palabras callejeras y soeces que él jamás había sabido que estaban en mi léxico. ¿Pero qué demonios me estaba contando? ¿Y yo qué? ¿Y Violeta? Ahora mismo sólo quería decirle con toda compostura, gritando a baja voz para no despertar a nadie, que era un hijo de su putísima madre y que nos estaba jodiendo la vida para irse a follar culitos calientes. Porque Daniel se había enamorado de otra. Qué nervio tenía de venir aquí a hablarme de crisis existenciales como si yo no lo conociera, como si yo hubiera nacido ayer. Había otra mujer en sus labios, otra mujer en su cuerpo, su cuerpo en la cama de otra mujer; había otra mujer que no estaba gastada ni le había dado hijos ni llevaba dieciséis años dedicada a él. Ni siquiera me merecía la pena preguntar si se había puesto a pensar en nosotras. Gilipollas. Yo, la buena mujer (la puta que me parió) me mordí los labios y cuando comencé a sentir el sabor a sangre en la boca, me levanté de la mesa y la escupí sobre su bistec.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Ojos

Verse. Cara a cara ver y dejarse ver. O esconderse, los ojos igualmente abiertos, impidiendo que la mirada penetre, que realmente llegue a conocer. Estar entre gente que uno no sabía que existía y mirarse directamente a los ojos, sonreírse, realmente querer poder descorrer el velo que oculta la presencia auténtica. Poder, por un segundo siquiera, contemplar al otro, advertir su misterio y sentir sutilmente que es un avatar, hecho de una materia inalienable e indivisible. Y en ese momento mostrarse de cuerpo entero, de ojos enteros, de brillo entero, de plena luz. No darse a la horrible pantomima que eclipsa y turba. Perder el miedo a ver, a verse, y dejarse ver. En el contacto con otros ojos, perder el miedo a ser.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Cosas bonitas

La exuberancia de las cosas bonitas, su maravillosa fuerza, su armonía, hace más fea mi tristeza, más honda esta herida de no ser como ellas, de estar tan lejos y ser como la nieve en el suelo, ser tan corruptible y tan asustadiza.

Peso

Esto que me pesa soy yo o es la vida. Espero que sea la vida, al menos de ahí hay salida.

La gente que ya ha vivido

Cómo envidio la gente que ya ha vivido. Mirar para atrás y ver lo que se ha sido, sin la angustia de pensar que uno tiene que hacerse a sí mismo porque uno ya está aliñado, cocido y comido. Ver delante la muerte y detrás el olvido, verse tan irrelevante que no da ni frío. Envidio a la gente que no tiene que hacerse un lugar, que ya está de salida, que nos mira desde ese umbral con su lástima y su seguridad. Quiero que el tiempo pase, quiero verme arrugar, quiero saber cómo es que esta historia va acabar; que termine pronto, hacer la venia, despedirme del teatro este, dejar las cortinas cerrar. Quiero haber vivido ya.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Re-pérdidas

Uno va perdiendo la misma cosa una y otra vez sin volverla a recuperar nunca, simplemente gastándola como una barra de jabón inatrapable que hace una espuma invisible. Pierde por ejemplo a un muerto por primera vez cuando muere, pero luego nuevamente lo pierde en el encuentro con cada cosa suya, cada signo, cada foto antigua. Lo pierde en los cumpleaños, las navidades y las misas de defunción. Y así lo va perdiendo tras los años de los años hasta que por obra y gracia del algún espíritu benefactor alguna vez lo pierde menos hasta que eventualmente ya por fin lo perdió. Y así es también con uno mismo, con todas las cosas que cree que poseyó. Uno pierde y re-pierde, uno se repierde. Todo lo que uno ha sido, las relaciones que ha tenido, se desvanecen dejando sus rastros amarillentos y olorosos a tiempo, a ese tiempo que lo asalta a uno tomándolo desapercibido. Entonces un rasguño le recuerda que ahí estaba lo no encontrado, en efecto perdido, ligeramente camuflado en el Oblivion, doliendo pero listo para nuevamente re-perderse.

Simple

Y dijo que quería ser simple, que estaba cansada de las intelecciones, de los libros y de la facultad de letras. Nadie le creyó, así que ella calló y en su silencio la fué abandonando el mundo, los compañeros de despacho, los amigos, los hijos. Todo lo que queda de ella está en este escrito que no puede más que leerse bajito, como un murmullo apenas cierto, con la simpleza del olvido que es a la vez condena y alivio.

martes, 11 de septiembre de 2012

Apego

Hay que aprender a apegarse para poder conocer el desapego. Pinche Buda con su sombrerito de nuez y sus vínculos de hierro, de ese hierro tibio que yo anhelo: la libertad del verdadero amor, del amor del bueno. Ya sé que no hay otra forma, que por apresarme detesto aquello a lo que me aferro, pero ¿Cómo suelto? ¿Cómo me dejo libre y también cedo? ¿Algún día la flor de loto me curará de esta adhesión, la incrustación, el desasosiego? He querido subir y levantar mis pies del suelo, pero quizá la forma esté en enterrarme, penetrar debajo del pavimento. Raíces y alas, como dice alguna cosa que ya no recuerdo. Esa tal vez sea la forma para encontrarle el chiste al apego dentro del desapego.

Sueños de grandeza

Me imagino iluminada, sabia, rica, famosa, experta en artes de distinta índole, bella entre las bellas. Visualizo que toco el violín, que canto como las sirenas, que hablo con labios de miel y cada palabra de mi boca es redonda y está plena. Que controlo el clima, que tengo telepatía, que le caigo bien a todo el mundo, que soy seductora, que no estoy perdida. Sueño que sé moverme en el mundo de día, que soy amantísima esposa y al mismo tiempo puta y virgen María. Que soy mujer fértil, madre del mundo, sus mares y sus peces. Que la vida me viene fácil, que me libero del yugo inconsciente y guío mis pasos por el mundo con la más exquisita sapiencia; con la compasión, la bondad, la valentía, la agudeza. Que se escriben loas en mi nombre, que mis libros se venden, que tengo fans, que soy alta, que no se me caen los dientes. Fantaseo que soy la mejor yogui, la mejor filósofa, la mejor escritora, la mejor acompañante, la mejor cocinera, la mejor durmiente y también la más despierta. Mi codicia no tiene límites, deseo sin haberme vaciado, estar llena. Así de cabrones son mis sueños de grandeza; es por eso que la realidad me pesa.

Paja

El nido otrora habitado, es ahora sólo paja cóncava donde se incuba un aire frío, retorcido sobre sí mismo, silbando una balada gastada para la que nadie más que él tiene oídos.

Carcasa

Sólo tristeza y ausencia de mí dentro mío. Hueco, oquedad, agujero. Todo lo que no comulga, lo desunido. Nada caza, soy sólo piezas sin sentido. ¿Dónde estará esa parte mía, esa llave maestra que me abría? ¿Dónde estaré yo mientras estoy aquí, carcasa de mí? Soy un huevo sin fecundar, una tuerca sin tornillo, soy todas las cosas rotas, chuecas, inservibles e insalvables de este mundo. Todas esas soy y soy menos que cada una. Soy la luna que mengua, la luz que sólo tragando oscuridad se llena. Soy la tristeza, el asco y el hastío. He huido y no me encuentro, pues aunque soy todo esto, no soy más que un estuche viejo y vacío.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Alien

Si viniera un alien y nos viera haciendo música, pensaría que la humanidad es una especie evolucionada, apasionada, hermosa y magnífica. Si no viera nada más que eso, si sólo viniera, por decir, a un concierto de jazz, se quedaría maravillado con lo que somos capaces de hacer, de crear, de sentir. Yo misma me reconcilio con ser parte del género humano cuando nos veo hacer música. Es entonces, y sólo entonces, que puedo sentir que tenemos alguna salvación y que el mundo también la tiene. He concluido que mientras haya música, habrá esperanza.

martes, 4 de septiembre de 2012

Saber cómo

Me encuentro una y otra vez con mi incapacidad para saber el cómo de las cosas más básicas, simplonas de esta vida. Cosas como ir a la playa. Siendo una actividad de recreo, uno creería que no involucra de manera ninguna una estrategia, pasos u herramientas. Pues mal. Equivocado. Ir a la playa, así como otros ires (al parque, a casa de amigos a cenar, a...) tienen un método, unos procedimientos que si no son cuidados con precisión alquímica, puede ocurrir que te chamusques bajo el sol inclemente, que te gastes pasta innecesariamente (cantidades nada despreciables) en bienes comunes como agua o cigarros, que pases días enteros intentando sacarte la arena de cuanto orificio corporal, ropa o artefacto hayas llevado contigo, y un larguísimo, interminable ectétera.
Pues mi aprender estos cómos cotidianos es igual a cero. Y no es una cuestión de experticia, es más, poner la experticia como criterio en este contexto parece casi ridículo: ¿Experta en ir a la playa? Pero sí, sí señores, así es, no importa cuántas veces vaya a la playa, si voy cada día del mugroso verano, siempre me escacho en una o varias de las impajaritables condiciones para la felicidad playera. El bloqueador solar, pareo o toalla dependiendo de si la arena es no sé cómo, el aceite de bronceado, libro para no aburrirse de escuchar el mar y los niños, una cosa que viene en una lata y sirve para echarse encima a modo de spray, refrescarse y tocar la gloria... Eso sin contar el millar de minucias añadidas como si tu piel es así o asá, las marcas de los productos de playa y si son ecológicos o no, o el lavado posterior de la ropa y las toallas, y puff, larga vida a la chica playera.
Y así con todo, todas las cosas cotidianas. Siempre hay algo que no tengo en cuenta, una cosa que se me olvidó: Traje flan sin cuchara, fruta sin cuchillo para cortar, un libro que ya estoy terminando para una espera de horas eternas, una falda corta cuando ya comienza a hacer frío invernal, los zapatos incómodos cuando hay que caminar. Mi retentiva, o mi atención dispersa, o mi caótica manera de hacer, me dejan siempre desprovista de algún adminículo o recurso de absoluta necesidad para poder departir cómodamente o simplemente estar. Por eso me alucina cuando veo personas que de manera natural tienen desarrollado eso que quizá sea un primo hermano del instinto de conservación. Ellos saben cómo. ¡Saben cómo! Para mí, estas personas son casi como si hicieran parte de una orden mística cuyos profetas y santos has esparcido una palabra que será vetada para mí de por vida. Pensar en el cuchillo para cortar una sandía cuando uno va de camping es para mí equiparable al razonamiento matemático más desarrollado. Estas personas son pequeños Einsteins del saber cómo. Y yo siempre me veré patosa a su lado con mi culo lleno de arena, mis inadecuados pareos y mi cubertería ausente.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Lectora

Soy mucho más lectora que escritora, y si escribo es sólo para leerme. El placer que me da escribir no puede ser comparado bajo ningún concepto con el que me da relamerme, adentrarme, deleitarme con las palabras de un texto exquisito. Soy como la condesa Bathory de los libros, succiono su belleza y la hago mía. Todos esos autores en mi librero han sido las presas de mi horrible conducta de estirge malvada o aburrida. ¡Pobres escritores! ¿Quién quiere yacer entre ellos? La única ventaja realmente consiste en que la belleza es un don que nunca mengua. La belleza sólo sabe reproducirse, es la eterna primavera, la novia siempre joven, rozagante, siempre viva. Quien la da, la tiene dos veces; quien la roba, no vacía. Es por esto que leer es un acto tan vil como inocuo, vampírico, vanidoso y deliciosamente hedonista -incluso cuando me leo a mí misma-.

Otra

Puede ser que la que te ame no sea yo. Puede ser que no sea yo, pero créeme, no es otra. Quizás quien te ama sea una ajena a las transitoriedades, una que me trasciende, que es más antigua, más grande, más perenne. Pero si así fuera no se explicaría que esa extensión de piel, tras haber sido tuya, sea ahora más mía. Por eso sé que la que te ama no es otra, amor, no es otra.

Moira

Hay una parte de mí que nunca crece, que se me oculta, que me envilece. Pretendo que la atrapo pero ahí está en la tiniebla, avergonzada, escondiéndose tras su velo corrompido y pestilente. Ninguna mirada la toca, nada la puede ver, sólo ella misma y a tientas se puede reconocer. Su boca hambrienta sin dientes, sus harapos, su vara. La busco con mi farol obtuso sabiendo que no la hallaré, alumbrando una luz que no penetra, que sólo refleja quimeras de polvo y papel. Sé que mientras no la ilumine, no tendré escapatoria, pero sólo escucho el chirrido de su rueca carcomida por el óxido y el tiempo. La percibo apenas cómo hila, cómo corta mientras persigo su rastro con mi destino de heroína macabra, ese que ella me da, el que me va confeccionando, desde la terca oscuridad, mi Moira.