martes, 18 de septiembre de 2012

Silencios Obsesivos

Está la radio a bajo volumen en la esquina de la habitación. La mecedora de madera al oscilar cruje sobre la baldosa marrón, ocasionalmente sopla el viento en la ventana arrastrando la cortina. Rosalía sostiene el tambor de costura: borda una golondrina que salió la semana pasada en el magazín dominical. Cuando el hilo se termina se detiene el balanceo y ella enhebra de nuevo humedeciendo la punta con los labios finos o enroscándola con los dedos. Reinicia el movimiento de costura automático. Entre los comerciales radiales se puede oír el hilo atravesar rozando el lienzo templado, o la aguja penetrar la superficie para pasar al otro lado. El rededor del pico del pájaro es de color ocre. Doña Rosalía frunce el ceño. ¿Dónde estaba el hilo ocre? ¡Si lo compró ayer con Mariela, cada una agarró un carrete! La mano en el costurero revuelca todo y suena una algarabía metálica. ¡Encontrado! Delicadeza, precisión y concentración. Que no pase como la otra vez que tuvo que deshacer. Se acomoda las gafas, la mano pecosa sujeta firme el tambor muy cerca. Achica los ojos; arquea el cuerpo. Arriba y abajo se va moviendo el hilo sin enredarse en los segundos eternos que quedan sujetados a la tela. El pico quedó impecable. De repente de nuevo escucha el zumbido de la radio, el mover del viento, la propia respiración.

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