martes, 18 de septiembre de 2012

Silencios de Labio Mordido

Me lo dijo así, como si me estuviera contando que ayer llovió, sentado mirando fijo la carne que recién le había servido yo. Yo que siempre he sido tan correcta, que jamás digo malas palabras me tuve que morder los labios para no decirle que era un hijo de la gran puta, ni decirle todas las palabras callejeras y soeces que él jamás había sabido que estaban en mi léxico. ¿Pero qué demonios me estaba contando? ¿Y yo qué? ¿Y Violeta? Ahora mismo sólo quería decirle con toda compostura, gritando a baja voz para no despertar a nadie, que era un hijo de su putísima madre y que nos estaba jodiendo la vida para irse a follar culitos calientes. Porque Daniel se había enamorado de otra. Qué nervio tenía de venir aquí a hablarme de crisis existenciales como si yo no lo conociera, como si yo hubiera nacido ayer. Había otra mujer en sus labios, otra mujer en su cuerpo, su cuerpo en la cama de otra mujer; había otra mujer que no estaba gastada ni le había dado hijos ni llevaba dieciséis años dedicada a él. Ni siquiera me merecía la pena preguntar si se había puesto a pensar en nosotras. Gilipollas. Yo, la buena mujer (la puta que me parió) me mordí los labios y cuando comencé a sentir el sabor a sangre en la boca, me levanté de la mesa y la escupí sobre su bistec.

No hay comentarios:

Publicar un comentario