La gente se muere, la gente que uno quiere y que lo quiso. La dificultad para amar el hecho radica paradójicamente, en que con la muerte se acaba el 'quiso', pero no se acaba el 'quiere'. Entonces duele; duele el hueco de lo que se siente lleno pero se sabe vacío. Aceptar el absurdo de la coexistencia de las dos cosas -lleno y vacío- sea quizás lo que realmente permite abrazar la muerte.
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