martes, 1 de mayo de 2012

Lluvia ingrávida

Primero el cielo se tupió, lleno de nubes grises gruesas que fueron haciéndose cada vez más espesas y comenzaron a tapar el sol. No lo ocultaron por completo, sino como si estuvieran provocando un eclipse, haciendo que sobre las calles y los paraguas precavidos alumbrara una luz cobriza con tintes azafranados. Aún no llovía, y el ambiente se mantuvo así por lo menos 20 minutos hasta que por fin gotas inmensas, gigantes, comenzaron a salpicar con una suavidad inconcebible. Era una lluvia imponente, pero que no mojaba los pies de nadie ni se acumulaba en charcos al extremo de la calzada. Las gotas brillaban en el espacio coloreado por el sol escondido como si fueran miel o ámbar, y flotaban en el aire pero no se las veía estrellar contra el suelo. Los transeúntes miraban hacia abajo sus zapatos secos y luego asombrados hacia arriba, viendo cómo el agua que había caído vencía la gravedad y volvía a reincorporarse ascendiendo remolona hasta alcanzar a la fuente de la que era originaria. El viento empujó las nubes rechonchas y plúmbeas lejos de los ojos estupefactos y se las llevó, llenas de lluvia ingrávida.

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