lunes, 5 de diciembre de 2011

Exilio

La mayoría de la gente no sabía dónde quedaba el país del que venía. Su acento era claramente soviético, pero la Europa del este siempre fue un misterio para los habitantes de este lado de los Pirineos. Ganaba su dinero honradamente haciendo la limpieza en casas ajenas y cuidando niños mestizos, que no caucásicos, como ella. Esto lo sabía bien porque en su país era maestra de escuela, una de las buenas. Mujer culta, sabía de todo un poco; cuando las personas que contrataban sus servicios se dejaban atrapar por su búsqueda de conversación intelectual, pronto se avergonzaban de su poca cultura general. Algunos incluso compensaban por ello recalcándole su pobre castellano o su avanzada edad.
Era viuda y protestante fundamentalista -en sus propias palabras-, y a veces se entristecía mientras limpiaba alguna bañera antigua ya amarillenta, recordando aquellas en que su madre la sumergía hacía ya tantísimos años. Se le escurrían las lágrimas en silencio al ver que su nostalgia de patria estaba tan curtida como la superficie que fregaba y que no había lejía que sacara la mancha que dejan en el alma los años de exilio.

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