sábado, 30 de junio de 2012

Árbol rojo

Yo venía subiendo mi calle como cada día, pasé por el parque y vi ese árbol oscuro tan tupido que está ahí siempre. Ya venía entrando fuerte el verano y el sol arriba refulgía con una fuerza incandescente y abrasadora. En un movimiento involuntario levanté mi mirada hacia el cielo, cobijada por la ligera penumbra producida por el follaje y caí en cuenta que el árbol era rojo, sus hojas quiero decir, eran de un bermellón intenso y oscuro. No había reparado en ello antes, creo que no sabía que había árboles “normales” –no maples japoneses o plantitas de navidad- que tuvieran ese color de vino tinto. La luz se colaba en estrechas vetas por entre las ramas haciendo las hojas de un color rubí aun más brillante y hermoso. Un árbol de fuego opaco que no ardía.
Creo que no parpadeé, que tenía los ojos abiertos inmensos ante la majestuosidad y la belleza del juego lumínico de destellos y sombras entre los contornos bermejos mecidos levemente por el viento. No sé si fue la sorpresa simplemente, o el hecho de ver en otro ser vivo el color de mi propia sangre lo que hizo que mi mirada se expandiera así y que sintiera que la presencia de ese árbol frente a mí era milagrosa, extraordinaria. Contemplando detalladamente las venas de las hojas algo dentro mío habló con inusitada certeza: Yo creé esto, éste árbol es mi creación. Y sentí una felicidad y un amor extensos y plenos, un orgullo que era a la vez humilde porque el árbol con su presencia tan grande y escarlata no permitía otra cosa.
Entonces puse mis ojos en otros árboles, en las piedrecitas del suelo, en las cosas, y con la visión de cada una se repetía la letanía: Yo creé esto, y esto, y esto, y esto. Me quedé inmóvil y comencé a ver la gente pasar, los niños jugar, las señoras caminar, conducir coches, conversar. Todos eran bellos y eran mis hermanos. Esta era una sensación de hermandad diferente, porque no era la que se siente por pertenecer al género humano, sino la que hay entre dioses. Juntos habíamos co-creado todo esto, cada ente con su maravilla simple o compleja había sido producto de un trabajo mancomunado y conjunto. El resplandor divino en cada ser humano era evidente por un momento, al igual que el entendimiento de la naturaleza sagrada de cada cosa del mundo, incluyéndome. No pude más que agradecer y pensar que ese instante era el futuro. La humanidad que seremos es la que somos ahora, es idéntica a la que somos justo ahora, con la única diferencia de que entonces nos hemos tomado el momento para contemplar un árbol rojo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario