sábado, 30 de junio de 2012

Labriego

Descansa su espalda en el árbol después de la larga jornada. Sus dedos rozan los prados, deja la mirada perderse lejos entre la inmensa sabana viendo los otros Keikórides caminar atezados como sombras de la china sobre el atardecer naranja. La siembra es cansada, pero el cuerpo acusado por el duro trabajo se va paulatinamente tiñendo aloque y dejándose seducir por el suave soplido del ángel del sueño. Dormido cada vez más profundo ya no es más sólo un labriego, su espíritu se funde con el árbol, con el suelo y con el incandescente cielo.

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