viernes, 1 de junio de 2012

Ballena

Había una vez una ballena que era demasiado grande y pesada, arrastraba consigo miles de toneladas. A la ballena no le gustaba mucho el sol, pues sólo había escuchado de él pocas veces y tendía a no entender su resplandor. Navegaba, por ende, siempre en el fondo marino, descubriendo entre lo oscuro toda clase de cosas que los animales de la superficie rara vez ven: tesoros, criaturas horribles que expedían una fluorescencia halógena que enrarecía el paisaje de las profundidades, cuevas milenarias con una sabiduría intocada y virgen. Con los años fue colectando un saber exquisito, aunque encriptado en cetáceo, y los peces se acercaban a ella buscando contagiarse de su misticismo oculto. Ella les permitía acceder, mientras no entorpecieran su buceo cada vez más lejano de la playa y el sol.
Un día, uno de aquellos peces abisales esperpénticos y refulgentes le habló de la superficie. Le habló del calor y de la claridad y le invitó a que juntos hicieran el viaje hacia esos parajes tan desconocidos para ellos. La ballena, aunque insegura de dejar el territorio que bien conocía, se dejó seducir por el horrendo pez y juntos partieron en busca de una luz nunca antes vista. En el camino se perdieron muchas veces, los dos igualmente desorientados, pero cuando lo vieron, el astro rey les confirmó que se habían encontrado. Bajo la luz solar se miraron con escrutinio: eran livianos y hermosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario