martes, 19 de junio de 2012

Ínfima

Abro mi mano vacía, la cierro, la abro, la cierro. Me veo la palma, la miro fijamente mientras escucho el oleaje revolcar la arena llenando el hoyo que tengo en el centro, enterrándome lentísimamente. Estoy así pero no lloro porque entre esta eternidad de agua salada mis lágrimas son grotescamente insignificantes. Al final el mar no me sepultó tampoco, aunque soy tan ínfima. O quizá justo por eso.

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